
¡Tiempos extraños estos que nos ha tocado vivir! Extraños e inesperados. Pero aquí estamos, enclaustrados en nuestras casas, encontrando en la ventana o el balcón (si lo tenemos) la única salida hacia el mundo que antes vivíamos. Cuando se decretó la cuarentena (hace ahora casi cinco semanas) pensé que por fin podría retomar mi blog. Mi vía de escape. Pero parece que la cabeza no piensa lo mismo. Salvo el trabajo diario (el ya archifamoso teletrabajo) parece que la mente está bloqueada, como en modo “ahorro de energía”.
Pero hoy me he levantado con ganas de escribir, aunque no sobre mujeres, arte, género o feminismos. Sino sobre la situación que estamos viviendo en nuestro ámbito de trabajo, la CULTURA (sí con mayúsculas) y sobre nuestro futuro (el de todas y todos quienes trabajan en CULTURA). No pretendo llegar a conclusiones, solo plasmar todas las dudas, incertidumbres y opiniones (totalmente personales) que estoy sacando tras todo lo que estoy observando a mi alrededor en estos excepcionales momentos.
Lo primero ¿tenemos claro lo que es el mundo de la CULTURA? Yo creía que sí. Que todos los ámbitos de la misma tirábamos a una por defender lo que yo creo es un derecho humano más: la CULTURA. El acceso, el disfrute, la creación por parte de la propia ciudadanía… La CULTURA es nuestro patrimonio, nuestra memoria, nuestra historia, la manifestación de nuestras peculiaridades locales, de la necesidad creativa del ser humano. Nos ayuda a expresarnos, a desahogarnos, a compartir, a aprender, a pensar, a ser críticos, a conocer al otro, a ser más tolerantes, a descubrir, a mantenernos vivos en definitiva y a sobrellevar las circunstancias, especialmente cuando son adversas.
Durante esto días de cuarentena Internet se ha convertido en nuestro nuevo ámbito de trabajo. Cuando los espacios físicos se han cerrado, se han abierto las ventanas de los ordenadores. Y la CULTURA se ha volcado, generosamente y como servicio público que es, a compartir contenidos de todo tipo: música, teatro, películas, series, documentales, revistas, libros, museos, patrimonio, tradiciones, etc. Creo que toda la sociedad lo agradece y el problema es pensar que va a pasar después (si lo va a seguir agradeciendo llenando los espacios escénicos o expositivos y comprando libros), y es lógico.
Parece que nada volverá a ser igual. Y no porque piense que la humanidad de repente se va a volver generosa, desinteresada y amable (que no lo creo), sino porque ante la posibilidad de que las pandemias sean recurrentes (ojalá no sea así) nuestras dinámicas cotidianas no van a ser las mismas. El mundo de la cultura tendrá que introducir cambios. Por ejemplo, hasta ahora teníamos un ordenador, una tablet, un teléfono para ir tirando y manejábamos las redes sociales y nuestra web sencillita. Me estoy refiriendo claro a centros de mediano/pequeño tamaño, con dos o tres trabajadoras multifunción y con escueta financiación (de esa para acabar el año y esperando que al próximo no te la reduzcan). Las grandes instituciones museísticas ya solían contar con equipos multidisciplinares, estaban mejor preparadas (o se supone, porque los recortes presupuestarios se acumulan desde hace años). Pero en cualquier caso contaban con un arsenal visual (visitas guiadas, conferencias grabadas, canales de video..) que ahora les ha sido muy útil. Volviendo a los pequeños y periféricos, vamos a tener que ponernos las pilas y apostar mucho más por una dotación tecnológica que se ha demostrado imprescindible, acompañada de la correspondiente formación claro. ¿De dónde se va a sacar el dinero para ello? Pues, igual no lo hay.
¿Cómo va a cambiar nuestra relación con los visitantes? Las visitas virtuales y el poder tener los catálogos online va a ser fundamental (más dinero y más medios humanos, uff). ¿Cómo van a ser las visitas presenciales? Por mucho que nos esforcemos en lo digital la experiencia presencial nunca podrá ser sustituida. Pero a lo mejor habrá que reducir aforos, las visitas sólo mediante cita previa y las actividades complementarias también. Pero sobre todo el problema vendrá con las visitas escolares. Los grupos son de unos 25 niños y niñas. Podemos obligar a que sean aún más reducidos y a cerrar las puertas/salas cuando estén dentro. Y las actividades que complementan su visita ¿se tendrán que eliminar o repartirles por todo el espacio manteniendo la distancia social? Uff, más dudas. Y esto ¿cómo va a afectar el trabajo de los educadores? ¿Bastará con cambiar dinámicas de trabajo o habrá que reducir aún más las actividades didácticas? Consecuencia: más paro en uno de los ámbitos de los museos más maltratados en los últimos años debido a las externalizaciones. Si su trabajo era precario, ahora lo es más y ya se está viendo con los primeros ERTES y anulaciones de contratos. El futuro es aún más incierto.
Pero si reducimos el aforo y limitamos las actividades didácticas, que son la fuente de ingresos principal en muchos centros ¿está asegurado su futuro? Cierto es que se había observado ya un boom de museos que no tenía sentido pues se trata más de una iniciativa turística o política (o ambas) carente de un plan museológico real, sin objetivos ni propuesta de trabajo concreta. Probablemente esos desaparecerán. Sin embargo los creados desde la lógica y serio trabajo se van a ver duramente afectados por esa falta de ingresos. La otra parte de los mismos suele proceder de financiación privada (en los particulares), de las administraciones (en los públicos) y de ambos y de donde se pueda en los medio pensionistas. ¿Realmente alguien piensa que los presupuestos para CULTURA se van a incrementar para evitar la debacle, o al menos mantenerlos? Yo no, porque siempre será la última. Entiendo que las personas primero deben comer, tener un trabajo y una vivienda. Pero lo que hay que hacer entender a la sociedad es que también los trabajadores de la cultura necesitan alimentarse, sustentar a una familia (o a ellos mismos) y tener un techo donde cobijarse en los tiempos frios, que por desgracia en esta campo son a veces largos. La cultura es también un trabajo, y duro, aunque la mayoría de los que nos dediquemos a él estemos dispuestos a sacrificarnos porque es no solo nuestro sustento, sino lo que amamos.
En relación con esto, debo manifestar mi sorpresa ante las declaraciones del actual “supuesto” ministro del ramo, José Manuel Rodríguez Uribes, quien ha dicho que ya si eso hablamos después. Si ni siquiera quien debería velar por nuestros intereses lo hace ¿qué podemos esperar? Se supone que una segunda reunión, en la que ya estará presente la ministra de Hacienda Mª Jesús Montero, se van a plantear propuestas concretas. De la misma forma que se han tomado medidas para trabajadores de otros ámbitos, se debe hacer con los “trabajadores” de la CULTURA. Reitero, TRABAJADORES (con vida propia y familias detrás). Tal vez nos falta pedagogía para que la sociedad entienda esto y es culpa nuestra el no haberlo hecho entender bien. Más deberes para el futuro.
Y otro más. Ante la actitud ministerial la reacción del mundo de la cultura ha sido, como no podía ser menos, de indignación. Ha habido presión mediática e incluso se convocó un apagón cultural (no voy a entrar aquí a debatir en la oportunidad o no del mismo, ese es otro tema). El problema es que yo, como trabajadora de un museo, como persona vinculada al mundo de la CULTURA y todo lo que este conlleva (difusión, conservación, restauración, didáctica, intermediación, gestión…) no me he sentido representada. La voz cantante, y nunca mejor dicho, ha venido de la mano de los colectivos vinculados a las artes escénicas. Yo apoyo y defiendo sus reclamaciones pero sinceramente me he sentido excluida. En ningún momento se ha mencionado al campo de las artes y sus derivados. Quizás el problema es que ellos sí están bien organizados y nosotros no. Salvo honrosas excepciones relacionadas con las mujeres creadoras, gestoras y demás, y con el arte contemporáneo, no ha habido voces de peso en el ámbito de los museos que hayan planteado el futuro incierto al que nos enfrentamos. Pero ¿dónde está la asociación que aúna a los museos de nuestro país? Una voz conjunta siempre tendrá más peso, pero yo no la encuentro.
Más problemas pues. Dentro del sector hay subsectores con lo que parece que ya no somos todos CULTURA y dentro del de los museos la representación no existe. De aquí mis dudas mi malestar y mi tristeza estos últimos días. Cuando todo esto pase hay reflexionar, y mucho. No solo sobre cómo afrontar el trabajo diario de los centros expositivos, cómo afrontar de otra manera la relación con el visitante y cómo cuidar más a los trabajadores. Como hacer entender a las instituciones que si reducen nuestros presupuestos desapareceremos y con nosotros la historia la memoria, la crítica. Como convencer a las empresas de que el patrocinio es imprescindible para nosotros y una obligación para ellos por la responsabilidad social que tienen. Cómo hacer que todos los “sectores” se unan porque todos trabajamos por lo mismo. Cómo lograr que realmente los museos tengan una representación común y una voz única que defienda sus derechos, aún con su diversidad de titularidades, temáticas y tamaños.
Todo son dudas. No pretendo generar con esto debate. No voy a discutir con nadie. Son mis reflexiones personales y mi forma de confesar el miedo y el vértigo en el que vivo ahora mismo, confinada en mi habitación y sin saber cuándo podré volver a disfrutar en directo de una pintura o una escultura. Ahí lo dejo.